Lo erótico, como expresión sexual en la pareja de amantes,
no es forzosamente el soporte del amor. Máxime cuando el amor, en su real
dimensión, responde a una singular tonalidad afectiva con un sentimiento
trascendente. Esto sucede aunque el amor, entre personas, conlleve un alto
grado de sensualidad y suela nutrirse de una fogosa pasión sexual. Pero
independientemente de la distancia dada entre el amor y el sexo por su
naturaleza y fines, ambos se autoinfluyen de muchas maneras, jugando un rol
fundamental en la lucha cotidiana.
Es un hecho evidente que edificamos gran parte de nuestra
existencia con proyecciones favorables y exitosas a partir del sexo, del
estimulo sexual y del amor real o quimérico. Pero también arrastrados por la
pasión sexual, podemos empobrecer o destruir nuestra existencia; asimismo, en
nombre del amor ilusorio o verdadero podemos enloquecer y arruinar la propia
vida.
En el cortejo amoroso y en la experiencia sexual ponemos de
manifiesto el temperamento y el carácter, si somos liberales o conservadores,
si nos domina el retraimiento y la timidez, o si prevalece la confianza, la
decisión, el desprendimiento o el egoísmo.
De hecho, el comportamiento sexual, cual si fuera un test,
revela aspectos importantes de nuestra personalidad incluso a nivel social.
Igualmente, un gran número de las actitudes que desarrollamos en las más
diversas actividades públicas trasluce mucho acerca de cómo somos en la vida
sexual y de los conflictos que padecemos. De ahí que la fogosidad, el
apasionamiento o la frialdad afectiva y un sinfín de problemas sexuales los
reflejemos encubiertos en las variadas actividades que desarrollamos
cotidianamente…. (Continuará)
Jam Montoya
© Jam Montoya