Usa la luz para retornar a tu interior. Eso te mantendrá a salvo.
Lao-Tsé
Nada hay más oscuro que el camino hacia la luz. Todo lo
que se oculta tras esta paradoja es tan sólo la certeza de unos pocos que han
elegido vivir según sus verdades, aunque a veces, esas verdades, sean una
condena impuesta por el castigo de ir contra corriente.
Montoya nunca ha evitado sus caminos: erotismo y
perfección; y aunque su elección le haya valido más de una vez la condena del
silencio, la decisión está tomada. Nada hay en sus imágenes que no sugiera lo
que él es, que evite la evidencia de lo que desde siempre ha proclamado con sus
fotografías ajenas a cualquier estética que no sea la de sus propias
convicciones, porque la elección de la diferencia conlleva vivir en ese abismo
incierto que es la soledad, en esa oscura región de malditos que se han
atrevido a correr riesgos. El valor de las cosas está en función de lo que cada
uno está dispuesto a arriesgar por ellas, y está claro que, cuando se tratan
ciertas cuestiones, la aceptación social y la fidelidad hacia uno mismo son
opciones del todo incompatibles.
Amparándose en la hipnosis de la luz y los cuerpos, en ese
erotismo hacia el que desde siempre se ha sentido fascinado, las premisas
fundamentales que anclan su obra están basadas en reconciliar la antigua
dicotomía entre vida y eros, por contraposición a la que une inevitablemente el
acto sexual con la muerte. Pretender ganar la batalla a Bataille negando que la
verdad del erotismo es trágica, sea, tal vez, la razón fundamental de su obra.
Por eso el sexo es por regla general su gran protagonista, el verdadero centro
geométrico que ordena la representación. La cuestión se plantea de forma
explícita, la plenitud del sexo abierto encuadrado en el arco metafórico de la
naturaleza, luz y sostén del mundo; es el poder creador, la energía primordial
que vertebra la vida como afirmación sobre la muerte. Y desde luego siempre la
luz, esa única certeza que da razón a la fotografía y que en el fondo no es
sino un orden metafórico de contradicciones y opuestos.
Existen elecciones personales que otorgan a una obra la
validez de lo auténtico. Normalmente se trata de elecciones dolorosas
procedentes de una convicción tal que es imposible sustraerse a ellas como no
sea traicionando una parte fundamental de lo que somos. Hay que tener mucho
valor y una gran certeza interior para proseguir en medio de este absurdo
circo, para evitar el suicidio creativo, el abandono en pos de la nada, del
silencio ingrato que pretende acallar lo evidente. El artista de la convicción
lo es siempre a pesar suyo. Porque no hay otra luz que la luz que nos alumbra
desde dentro, desde lo que somos y no podemos ni queremos evitar, aunque
recorrer su camino sea siempre la opción más solitaria y dolorosa.
Eulalia Martínez Zamora
© Jam Montoya
© Jam Montoya
© Jam Montoya
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