lunes, 29 de diciembre de 2014

Esa luz que nos alumbra.


Usa la luz para retornar a tu interior.   Eso te mantendrá a salvo.

                                                                              Lao-Tsé         
                                                                   

                                                                

Nada hay más oscuro que el camino hacia la luz. Todo lo que se oculta tras esta paradoja es tan sólo la certeza de unos pocos que han elegido vivir según sus verdades, aunque a veces, esas verdades, sean una condena impuesta por el castigo de ir contra corriente.

Montoya nunca ha evitado sus caminos: erotismo y perfección; y aunque su elección le haya valido más de una vez la condena del silencio, la decisión está tomada. Nada hay en sus imágenes que no sugiera lo que él es, que evite la evidencia de lo que desde siempre ha proclamado con sus fotografías ajenas a cualquier estética que no sea la de sus propias convicciones, porque la elección de la diferencia conlleva vivir en ese abismo incierto que es la soledad, en esa oscura región de malditos que se han atrevido a correr riesgos. El valor de las cosas está en función de lo que cada uno está dispuesto a arriesgar por ellas, y está claro que, cuando se tratan ciertas cuestiones, la aceptación social y la fidelidad hacia uno mismo son opciones del todo incompatibles.

 Amparándose en la hipnosis de la luz y los cuerpos, en ese erotismo hacia el que desde siempre se ha sentido fascinado, las premisas fundamentales que anclan su obra están basadas en reconciliar la antigua dicotomía entre vida y eros, por contraposición a la que une inevitablemente el acto sexual con la muerte. Pretender ganar la batalla a Bataille negando que la verdad del erotismo es trágica, sea, tal vez, la razón fundamental de su obra. Por eso el sexo es por regla general su gran protagonista, el verdadero centro geométrico que ordena la representación. La cuestión se plantea de forma explícita, la plenitud del sexo abierto encuadrado en el arco metafórico de la naturaleza, luz y sostén del mundo; es el poder creador, la energía primordial que vertebra la vida como afirmación sobre la muerte. Y desde luego siempre la luz, esa única certeza que da razón a la fotografía y que en el fondo no es sino un orden metafórico de contradicciones y opuestos.

 Existen elecciones personales que otorgan a una obra la validez de lo auténtico. Normalmente se trata de elecciones dolorosas procedentes de una convicción tal que es imposible sustraerse a ellas como no sea traicionando una parte fundamental de lo que somos. Hay que tener mucho valor y una gran certeza interior para proseguir en medio de este absurdo circo, para evitar el suicidio creativo, el abandono en pos de la nada, del silencio ingrato que pretende acallar lo evidente. El artista de la convicción lo es siempre a pesar suyo. Porque no hay otra luz que la luz que nos alumbra desde dentro, desde lo que somos y no podemos ni queremos evitar, aunque recorrer su camino sea siempre la opción más solitaria y dolorosa.

 Eulalia Martínez Zamora

 
                                                                   
                                                                         
© Jam Montoya
 

© Jam Montoya
 
 
 
© Jam Montoya
 

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